En plena guerra - Jardines de la Asunción
Escrito & Ilustrado por Billy A. Rodríguez | Fecha:Octubre 2015|
Cuando termine la misión, Guatemala estaba en plena guerra. El gobierno y los medios de comunicación nos vendían la idea de que “no”, pero la realidad era otra, existía un ambiente de violencia por todas partes.
Un domingo por la noche, me puse a platicar con un amigo en la esquina de mi cuadra, enfrente de la farmacia. Graduado ya como médico, se interesaba en temas como el de Kolob, del que quería escribir un artículo.
Ya luego de eso cambiamos de plática y empezamos a hablar de asuntos personales, de los cuales la platica no se pueden cortar. (Era una especie de confesión.. ) El tema llego a su punto más interesante, por lo menos yo empecé a dejar de percatarme del tiempo y de lo peligroso que era estar ahí, por la guerra disfrazada que vivía el país.
Serian como las diez de la noche, cuando de repente, un auto dio vuelta en el redondel, y se paro repentinamente enfrente de nosotros. Era un Honda civic hatchback blanco, de cuatro puertas, de las que se bajaron tres sujetos armados. Eran altos blancos, como los originarios de Zacapa, con la sombra de una barba bien poblada, con botas vaqueras, y sombreros.
Nos apuntaron con sus pistolas, y nos obligaron a subirnos al auto.
Mi amigo empezó a hacer preguntas, y cada vez que hablaba le pegaban con la cacha de la pistola. Le pegaron en la cabeza, y empezó la sangre a escurrir por su rostro hasta llegar a su camisa.
Yo estaba sentado atrás del chofer, y mi amigo en medio. El que iba a la par del chofer era el que más le pegaba dándose vuelta de su asiento.
Lo primero que me paso por la mente fue si este sería el fin de mis días. Se miraba grave el problema. Luego aprendí que debería de ser como Messi, o como la Reina de Inglaterra. Entre menos hablara mejor me estaba yendo.
Luego recorrió mi vida en mi mente, como en cámara lenta, y cuestione mis promesas y bendiciones. Tenía tanto por realizar, por vivir, era a puras penas un recién ex misionero.
Nos pidieron nuestros papeles, tiraron mi cedula a cualquier lugar, y se quedaron con nuestro dinero.
Mientras tanto nos seguían humillando, insultando, y como yo estaba en la esquina atrás del chofer, muy debes en cuando movía su mano con la pistola al lugar donde yo estaba.
Luego de seguir con sus amenazas, y dar vueltas por las calles aledañas por donde vivíamos, giraron en la última calle de la colonia, donde es muy obscuro, pararon el auto, nos bajaron y nos empezaron a patear. Al que más le pegaban era a mi amigo. Estaban dos dándole duro, mientras que el otro que supuestamente se tenía que encargar de mi, quiso patearme en la boca del estomago. Cuando lo hizo yo amortigüe el golpe, pero gemi como que si me hubiera dolido mucho.
Luego que ellos pensaron que nos tenían mareados de tantos golpes, gritaron, alístense para morir, corran.
Yo ni tarde ni perezoso, corrí en medio de mi amigo y los otros dos que le estaban pegando. Si me querían disparar, primeramente tendrían que hacer algo para no dispararse a si mismos, llegue a la esquina, y seguí corriendo como nunca lo había hecho. Hasta el punto que ya no escuche nada. Supuestamente yo me había salvado.
Pero no podía dejar a mi amigo. Fue una verdadera lucha regresar por él, y eso fue lo que hice. Lo encontré levantándose del suelo, completamente ensangrentado. Le pregunte si estaba bien, y lo empecé a acompañar hasta dejarlo en su casa.
De su casa para mi casa, ha sido uno de los momentos más difíciles para mí. Haber estado amenazado por un buen rato, al parecer hasta en este instante estaba absorbiendo lo difícil de la situación. Tome la determinación de caminar por la parte de atrás de la colonia, lo menos transitado, lo más obscuro, pensando que aun podían volver.
Empecé a hacer segmentos, miraba primero y corría, luego paraba y volvía a ver en ambas direcciones y corría de nuevo. La distancia para llegar a mi casa, a pesar de que no era tan lejos, ha sido uno de los caminos más largos de toda mi vida.
Al fin llegue a mi casa. Había vivido por un corto tiempo la violencia que se estaba desarrollando en las calles de la ciudad.
Hasta el día de hoy, no se si mi determinación de correr entre ellos fue la que nos salvo. Pero no deja de maravillarme de que aquí sigo, y todo por su infinita misericordia de un Dios.